Cuento: XIV

Escrito por el 1 de julio de 2022

Por Linette Cozaya Otto vía i am not a sad blogger

Mamá está planeando todo para la fiesta. Una gran fiesta. Una gigantesca fiesta que a mí no me interesa. Para mis pocas amigas tampoco es un asunto importante. “Es que te juntas con niñas muy amargadas”, dice mamá. Me junto con ellas nomás para no estar sola. Sé que en un futuro no seremos amigas ya, que no nos veremos después de la secundaria y que ni sus nombres voy a recordar. No me interesan. Nada me interesa.

Me encanta ir a casa luego de clases. Vivo cerca de la escuela, así que camino sola cuatro cuadras y listo. Paso toda la tarde imaginando lo que se sentirá ser una de las chicas populares, o cómo sería tener pene en lugar de vagina. ¿Y qué si fuera muy requetegorda y tuviera problemas para caminar? Las posibilidades son infinitas, pero eso sí no. Eso jamás. Aun así, soy quien soy y estoy como estoy: ni “muy muy”, ni “tan tan”. Y no me gusta. Así que ensucio un poquito un sartén, embarro cátsup en un plato, hago bolita una servilleta y queda perfecta la ilusión de que he comido.

La secundaria no es difícil, no como en las películas y programas gringos que veo por la tarde. En esas escuelas se ve que sufren por las divisiones que hay entre grupitos, y me pregunto si será así de exagerado. Acá les vale, o sea, no es que uno sea un loser y otro un popular y te molesten en los casilleros. Sí hay losers y sí hay populares, pero a cada uno le viene valiendo un pepino el otro, y ya. Entonces también hay muchos invisibles, como yo, que puedo ir por la secu sacando calificaciones promedio, yendo a una que otra fiesta nomás, saltando el almuerzo y nadie se da cuenta.

Estoy en el grupo de teatro, nos obligan a tomar una materia “selectiva” cada ciclo escolar, y, de “porras” o “jazz” a teatro, prefiero mil veces ésta última, así no estoy en escrutinio total. No me siento la gran actriz, nunca he tenido un estelar, pero me gusta usar los vestuarios chistosos de las obras que se inventa el profesor y decir mis pocas líneas. Paso desapercibida y todos felices.

Como mencioné hace rato, tengo pocas amigas: o sea dos. Y somos amigas porque les gustan las mismas cosas que a mí: el agua, las Halls y no hablar mucho. Claudia prefiere las de menta, Sol, las moraditas… ¿Son de uva? Mis favoritas son las de miel, las que come mi abuelita. Compramos un paquete cada una los lunes en el receso y con eso nos va bien para el resto de la semana. Auque a Claudia le encanta también gastar en Coca Cero, le digo que es una tontería, no hace caso. Sol en cambio, es fumadora, huele feo y se ve amarilla. Pero cada quién.

Mamá llega con las invitaciones para la fiesta: cien invitaciones. CIEN. ¿De dónde voy yo a sacar a cien personas? Hace una lista enorme de la pura familia, cuenta tíos, primos y sobrinos. Me siento menos abrumada. Luego añade a sus colegas del trabajo a la lista y queda en que puedo tener treinta invitados. No tengo treinta amigos y nadie en la escuela me agrada, salvo mis “amiguitas”, así que decido invitar a todo aquel que se me cruce y fin.

La parte más nefasta de una fiesta así, es la compra del vestido. Un maldito vestido. Tiendas y más tiendas con atuendos ridículos que no me quiero probar. Cuando mamá me obliga a meterme en uno me dan ganas de vomitar. Colores horribles, telas baratas, diseños nada favorables. Estoy tan enfadada. Mamá halló uno no tan feo, es durazno y nada enorme de la parte de abajo, lo mejor: ¡me esconde la barriga y los brazos! Ella feliz, yo aliviada, estúpida búsqueda, por fin terminó.

Lo malo: no han acabado las sorpresas por parte de mi querida madre, oh no. Me consiguió un par de mozos galantes para bailar el vals conmigo, ahora ensayo lunes y miércoles por la tarde después de la escuela. Como toda persona positiva, encontré cosas a las que sacar provecho de esta deplorable situación. La primera, y más gratificante: mamá me da dinero para comer fuera, cerca de donde tengo que bailar al son de Strauss, así que me ahorro cien pesos más por día. La segunda: no tengo que ensuciar platos ni hacerme mensa tirando cosas del refrigerador en el bote de basura del vecino. La tercera: la quema de calorías, ahora no solamente mueren las de la caminata de ida y vuelta al colegio, leí en algún sitio que el baile sirve de excelente cardio.

Me encanta lo bien que está saliendo todo, como mucho menos de lo que solía y ahorro mucho más de lo que alguna vez me hubiera imaginado. No sé qué hacer con todo ese dinero, pero es lindo pensar que quizá puedo comprarme algún vestido caro, un MP3 nuevo (aunque en realidad amo el que uso)… ¿Una cámara? ¿Maquillaje? ¡Una báscula nueva! Así sigo mi rutina, mi preciosa rutina: agua, escuela, Halls de miel, agua, teatro, caminata, agua, ensayo, casa, agua, tarea, agua, dormir, repetir.

La fiesta está aquí, mi “presentación en sociedad”. Es una semana antes de mi cumpleaños, pero eso no importa. Mamá me ha permitido no comer en todo el día. “Te verás más linda en el vestido”. Ya lo sé. Me maquillan y me peinan, me ponen una tiara “divina” y me dicen lo linda que estoy. No me siento linda. Porque no soy linda, pero claro que me veo mejor que todas éstas gordas. Las capas de maquillaje no logran borrar mis ojeras, ni el rubor hacerme ver más viva. Tengo ganas de vomitar y de irme a casa a dormir. No me dejan, ahora debo meterme en el vestido. Me queda holgado, más me valía que así quedara. Mamá no puede del orgullo y me toma mil fotos. Iremos en un carro negro a la misa, de ahí al salón. ¿Cuántas calorías tiene el vino que le embarran a la ostia?

Bailo el Walzer Kaiser, porque así lo quiso mamá. Soy la peor bailarina y sé que hago el ridículo con mis piruetas mafufas, no me importa, se sienten bien porque el mareo se queda conmigo. Los invitados aplauden, siento que no conozco a nadie, tienen caras y voces borrosas, se vuelven monstruosos al reír, al aplaudir. ¡Tengo que salir de aquí! Me siento a la mesa y mamá no deja de hablar con cualquiera que se acerque, asiento y sonrío, o por lo menos eso juro que hago, pero no estoy segura de nada ya. La gente me mira y todo da vueltas. ¿Agua? No, gracias, estoy bien. ¿Y esas luces tan lindas? ¿Por qué se paró la música? ¡Callen esa sirena! ¡No la soporto! ¡Déjenme en paz! ¡No me toquen! ¡No me toquen! ¡Que no me toquen! ¡¿Por qué nadie me escucha?!

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